“Gracias Señor, porque en el
pan y el vino nos entregas tu vida y nos llenas de tu presencia”.
En esta solemnidad la Iglesia tributa a la Eucaristía un culto público y
solemne de adoración, gratitud y amor, siendo la procesión del Corpus Christi
una de las más importantes en toda la Iglesia Universal.
A
mediados del siglo XIII el P. Pedro de Praga dudaba sobre la presencia de
Cristo en la Eucaristía y realizó una peregrinación a Roma para rogar sobre la
tumba de San Pedro una gracia de fe. Al retornar, mientras celebraba la Santa
Misa en Bolsena, en la Cripta de Santa Cristina, la Sagrada Hostia sangró
manchando el corporal.
La
noticia llegó rápidamente al Papa Urbano IV, que se encontraba muy cerca en
Orvieto, y mandó que se le lleve el corporal. Más adelante el Pontífice publicó
la bula “Transiturus”, con la que ordenó que se celebrara la Solemnidad del
Corpus Christi en toda la Iglesia el jueves después del domingo de la Santísima
Trinidad.
El
Santo Padre encomendó a Santo Tomás de Aquino la preparación de un oficio
litúrgico para la fiesta y la composición de himnos, que se entonan hasta el
día de hoy: Tantum Ergo, Lauda Sion.
El
Papa Clemente V en el Concilio general de Viena (1311) ordenó una vez más esta
fiesta y publicó un nuevo decreto en el que incorporó el de Urbano IV.
“La Eucaristía sana porque nos une a Jesús: nos hace
asimilar su manera de vivir, su capacidad de partirse y entregarse a los
hermanos, de responder al mal con el bien. Nos da el valor de salir de nosotros
mismos y de inclinarnos con amor hacia los demás. Como hace Dios con nosotros”.
Papa Francisco.