PROPUESTA PARA EL MES DE AGOSTO:

Siguiendo nuestro recorrido por las OBRAS DE MISERICORDIA, nos detenemos hoy en la de:

“DAR BUEN CONSEJO AL QUE LO NECESITA”

Una de las obras de misericordia espirituales es esta de dar buen consejo al que lo necesita. Y podemos tomar el ejemplo de la Virgen, que dio el Buen Consejo a los servidores de las Bodas de Caná. María se vio colmada como nadie de los dones del Espíritu Santo, entre los cuales sobresale de manera muy singular el don de sabiduría, por el cual la Virgen conoce, gusta y sabe comunicar el querer de Dios.

María no se guarda para sí estos dones. Los ha recibido de Dios, y Ella los comunica a sus hijos y discípulos, utilizándolos siempre para nuestro bien. El hecho más sobresaliente del Evangelio lo vemos en la Boda de Caná. El don de consejo de María resplandece en esta ocasión de una manera excepcional. María ve el apuro de los novios.

¿Cómo es posible que falte el vino en la fiesta?... María, mujer observadora a la que no se le escapa un detalle, y con un corazón tan bello, que no sufre un dolor en nadie, se da cuenta de la situación. No le manda a Jesús, sino que se introduce con delicadeza en el Co-razón de su Hijo: ¿Te has dado cuenta de que no tienen vino?... Para Jesús, es una manera de pedir irresistible. ¿Qué remedio le queda sino hacer caso a su Madre?... Y María, intuyen-do que se ha hecho con la victoria, les aconseja a los sirvientes: Hagan todo lo que Él les diga.

¿El resultado? Lo conocemos muy bien. ¿Cuándo se había hecho petición como ésta, cuándo se había dado consejo como éste?... Aunque no fuera más que por este hecho del Evangelio, llamaríamos a María, con razón sobrada, Madre del Buen Consejo: nos ha ense-ñado a acudir allí donde está todo el remedio para todos nuestros males y en todos nuestros apuros: ¡en Jesucristo!

Y nos enseña además lo que debemos hacer para cumplir la voluntad de Dios y prac-ticar el Evangelio en toda su integridad: ¡Que lean todos y que todos hagan lo que Jesús les dice!

“… hubo una boda en Caná, un pueblo de Galilea. La madre de Jesús estaba allí, y Jesús y sus discípulos también habían sido invitados a la boda. En esto se acabó el vino, y la madre de Jesús le dijo: Ya no tienen vino. Jesús le contestó: Mujer, ¿por qué me lo dices a mí? Mi hora aún no ha llegado. Dijo ella a los que estaban sirviendo: “Hagan todo lo que Él les diga. (...).”Juan 2:1-11

Dar consejo no es ordenar, sigo sugerir, ponerse en el lugar del otro y, caminando un tiempo con sus zapatos, tratar de aconsejar de la mejor manera posible, especialmente inspi-rados por el Espíritu Santo que nos dirá la forma y el modo de dar el consejo, ya que Él es quien da la luz que tanto necesitamos para cumplir con esta obra de misericordia.

Dar consejo al que lo necesita es sobre todo una actitud del corazón; es querer ayu-dar, consolar, estimular, fortalecer con un corazón bueno y magnánimo buscando el auténtico bien de la persona. La tradición bíblica pone de relieve la importancia del consejo de la si-guiente manera:

“El consejo del sabio es como una fuente de vida” (Sir 21,13);

“Los sabios/guías espirituales brillarán como el fulgor del firmamento” (Dan 12,3).

Todos podemos dar un buen consejo al que lo necesita. Ya San Pablo dice a los ro-manos “Estáis capacitados para aconsejaros unos a otros”. (Rom. 15, 14)

Jesús también aconseja a los apóstoles en muchas ocasiones porque los ama, pero una ocasión significativa es cuando los envía a predicar de dos en dos. Antes les da unos consejos prácticos de cómo ir y de cómo comportarse en los lugares a donde lleguen.

Hay personas que tiene ese don pues han sido reflexivos en su vida, han pensado las cosas, saben valorar las circunstancias y lo más probable es que tienen razón en lo que nos dicen. Es prudente hacerles caso o, al menos, considerar y sopesar lo que dicen.

El consejo ha de ser desinteresado, por amor, ha de suscitar el optimismo y la respon-sabilidad. En las cosas del alma un consejo es muy necesario, pues nos abre horizontes, nos abre los ojos, nos ayuda a ser generosos y a avanzar.

Aquí es bueno destacar que el consejo debe ser ofrecido, no forzado. Y, la mayoría de las veces es preferible esperar que el consejo sea requerido.

Asimismo, quien pretenda dar un buen consejo debe, primeramente, estar en sintonía con Dios. Sólo así su consejo podrá ser bueno. No se trata de dar opiniones personales, sino de veras aconsejar bien al necesitado de guía.

Dar consejo al que lo necesita tiene una dificultad, necesita ser acogido y por tanto supone humildad. La soberbia no pide ni quiere consejo.

Aconsejar es echar mano de esta sabiduría vivida, haciéndolo con humildad y senci-llez. Es ofrecer y no imponer, es compartir y no pontificar. Se trata, a fin de cuentas, de llevar a otros a tener la seguridad de que Dios está cerca y Él será su luz y fortaleza siempre. En la oscuridad y confusión de una tempestad sobre el mar, como en el brillo de un amanecer de paz y serenidad, Dios está presente. Es saber que yo no tengo todas las respuestas, pero Dios sí.

Dar buen consejo es ponerse en el lugar del otro y, caminando un tiempo con sus za-patos, tratar de aconsejar de la mejor manera posible, inspirados por el Espíritu Santo que nos dirá la forma y el modo de dar un consejo. Intentemos no ser sermoneadores, corrigiendo a todas horas, cansando y desalentando, sino que tratemos de ser prudentes y aconsejar cuando la otra persona lo necesita y nosotros estamos capacitados para hacerlo. Si tenemos buena voluntad, paciencia y amor, Dios hará el resto y nos dará palabras sabias para aconse-jar bien

Como todos los otros dones del Espíritu Santo, el don del consejo constituye un tesoro para toda la comunidad cristiana. El Señor no nos habla solamente en la intimidad del cora-zón, nos habla también a través del consejo y testimonio de los hermanos. Es verdadera-mente un don grande poder encontrar a hombres y mujeres de fe que especialmente en los momentos más complicados e importantes de nuestra vida nos ayuden a hacer luz en nuestro corazón y a reconocer la voluntad del Señor.

La Iglesia pone en práctica esta obra de misericordia, sobretodo, en la confesión y en la dirección espiritual. Allí encontramos el consejo adecuado en nombre de Dios para ayudar-nos a reconocer la voluntad de Dios en nuestra vida.

Para dar un buen consejo hay que tener presente que se trata de una obra de miseri-cordia; es decir, es la obra de alguien que es capaz de compadecer a otro, con todo el cora-zón, y consolar y fortalecer a uno que sufre o que está en necesidad. De allí tiene que nacer el consejo; pues cuando nace del amor y del interés por el otro, será bien recibido y al mismo tiempo, hará maravillas a la persona que busca una ayuda.

Dar consejo implica ser capaces de dar y eso no siempre es fácil. Significa hacer me-moria de nuestra misma vida y experiencia, de nuestro sufrimiento, necesidad, incapacidad y limitaciones. Hacer memoria no con tristeza, lamentaciones y hasta amargura, sino con gran confianza; reconociendo que Dios estaba presente también en esos momentos de nuestra vida. Recordar que él nos acompañaba y nos decía: estoy aquí y te amo.

Una vez que hemos hecho memoria, conviene preguntarnos qué hemos aprendido de estas experiencias y qué puede ser útil para los demás. Cómo les podemos ayudar a descu-brir la mano de Dios y aprovechar las circunstancias duras o confusas de la vida para encon-trar a este Padre que camina a nuestro lado.

Se trata, en fin, de extender la mano, sabiendo que aún con mis buenas intenciones, no ten-go todas las respuestas, ni puedo resolver todos los problemas.


Dice el Papa Francisco:

Sabemos cuán importante es, en los momentos más delicados, poder contar con el consejo de las per-sonas sabias que nos quieren mucho. A través del don del consejo, es Dios mismo con su Espíritu que ilumina nuestro corazón, de manera que podamos entender el modo justo de hablar, de comportarnos y el camino que debemos seguir.

El consejo es el don con el cual el Espíritu Santo vuelve capaz a nuestra conciencia de tomar una deci-sión concreta en comunión con Dios, según la lógica de Jesús y de su evangelio.

Y como todos los dones del Espíritu, el consejo constituye también un tesoro para toda la comunidad cristiana. El Señor no nos habla solamente en la intimidad del corazón, nos habla sí, pero no solamente allí, pero nos habla también a través del consejo y testimonio de los hermanos. Es verdaderamente un don grande poder encontrar a hombres y mujeres de fe que especialmente en los momentos más com-plicados e importantes de nuestra vida nos ayuden a hacer luz en nuestro corazón y a reconocer la voluntad del Señor”1.

¿Cuántas veces sentimos que no podemos solos frente la toma de decisiones importantes para nuestra vida?. ¿Cuántas veces necesitamos hablar con alguien para descargar esa pre-sión y buscar una respuesta? Hagamos memoria y agradezcámosle a Dios por todas aquellas personas que nos ayudaron en esos momentos.

Dar un buen consejo es una obra que la podemos llevar a cabo en cualquier ámbito de nues-tra vida. Se puede dar buen consejo en todos lados.

¿Cuántas veces no nos animamos a decir lo que sentíamos que teníamos que decir por mie-do al “qué dirán”?; ¿Cuántas veces le negamos un oído a alguien que lo necesitaba?

Pidámosle al Señor la luz del Espíritu para aconsejar con sabiduría a los demás.

Intentemos estar atentos a nuestro entorno, empezando por nuestra casa, trabajo, escuela, universidad, comunidad…

Preguntémonos: ¿Cómo podemos vivir esta obra de misericordia día a día?

“Qué importante es sentir la ternura del amor de Dios y descubrir que aún hay tiempo para amar”2

Recemos por aquellas personas que nos aconsejaron y estemos atentos a si alguien necesita que lo aconsejemos.



ESCRITOS GIANELLINOS.

“Encontrando personas sin instrucción, les enseñarán aquellas cosas que no supieran y que son más necesarias para la salvación eterna, principalmente los actos de las virtudes teologa-les…”3

“Serán cuidadosas en ganarse el corazón de las niñas y llevarlas adelante con buenas mane-ras y con amor a la virtud y al verdadero bien…”4

“Procure crecer en la verdadera humildad, en la paciencia y en la mortificación de los senti-dos…”5

“… haz las cosas bien y después deja que Dios actúe”. 6

“Camina con valentía y confía en Dios, tanto más, cuánto más mezquina te encuentres, por-que Él hará ver que ayuda y, ayudando Él, hasta los débiles se hacen fuertes”7

“En cualquier caso y por cualquier contingencia, te exhortaría a contener un poco tus que-jas… Podrías contestarme “médico, cúrate a ti mismo”, pero, ¿qué quieres? Ahora la hago de maestro”8.

“… los amigos deben tener gran libertad y franqueza… “Que no me convencen? Insistan, no pierdan la confianza… corríjanme…”9


PARA REZAR

ORACIÓN PARA PEDIR EL DON DEL CONSEJO

Ven, Espíritu Santo, a mi corazón y dame el don de consejo.

Sé mi guía, ilumina mi vida, disipa mis dudas y confusiones.

Dame seguridad en la fe y valor para seguir con esmero la voluntad del Padre.

Ven, Espíritu Santo, sé Tú mi luz interior.

Que nunca vacile en la prueba, en la oscuridad,

en la duda o en la inseguridad humana.

Sé, ahora y siempre, mi alegría, mi gozo y mi paz.

Dame, Espíritu Divino, el don de consejo,

para que mi palabra sea luz de orientación segura y serena.

Para que todo mi corazón sea silencio acogedor y respetuoso

y mantenga siempre una actitud oyente, comprensiva y llena de amor.

Te lo pido, Padre, por tu Hijo Jesús y

por la intercesión de María

Madre del Buen Consejo. Amén

LAS “OBRAS DE MISERICORDIA” son un catálogo de acciones, o mejor dicho,

de sentimientos y actitudes, que hacen efectivo y concreto el precepto del amor

fraterno, distintivo de los Cristianos.

La Iglesia nos propone practicar y vivir estas "obras de misericordia" en todo

tiempo y en toda ocasión; pero especialmente, nos las recuerda para que

sepamos ponerlas en práctica a lo largo de nuestra vida, como signo de

presencia del amor eterno del Padre que Se transmite también

a través de nuestras acciones.