"Todos estamos llamados a la
santidad, que es el fruto de la gracia de Dios y nuestra libre respuesta a
ella. Así pues, la santidad es un don y una llamada... es una vocación común a
todos los cristianos, a los discípulos de Cristo; es el camino de la plenitud
que todo cristiano está llamado a seguir en la fe, avanzando hacia la meta
final: la comunión definitiva con Dios en la vida eterna”. (Papa Francisco)
El 1º de noviembre es la solemnidad
litúrgica de Todos los Santos. Se trata de una fiesta que, al evocar a quienes
nos precedieron en el camino de la fe y de la vida, gozan ya de la eterna
bienaventuranza, son ya ciudadanos de pleno derecho del cielo, la patria común
de toda la humanidad de todos los tiempos.
Los santos son reflejos de la gloria y de
la santidad de Dios. Son modelos para la vida de los cristianos e intercesores,
de modo que a los santos se pide su ayuda y su intercesión ante Dios. Por ello
son merecedores de culto de veneración.
El día de Todos los Santos incluye en su
celebración y contenido a los santos populares y conocidos, cristianos
extraordinarios a quienes la Iglesia dedica en especial un día al año. Pero el
día de Todos los Santos es, sobre todo, el día de los santos anónimos, tantos
de ellos miembros de nuestras familias, lugares y comunidades.
El día de Todos los Santos habla de que la
vida humana no termina con la muerte sino que abre a la vida de eternidad con
Dios. Por ello, al día siguiente a la fiesta de Todos los Santos, el 2 de
noviembre, se conmemora a los difuntos.