Una ciudad
caracterizada por la diversidad y la complejidad de su historia, reconocida
como “Córdoba la docta”, la ciudad ilustrada con su Universidad, “Córdoba la
rebelde” con las huellas en sus calles de las grandes movilizaciones y gestas
históricas como el Cordobazo y la Reforma, “la religiosa” con su arquitectura y
manzanas declaradas patrimonio histórico de la humanidad. Una ciudad cuya
identidad se fue configurando desde antes de su fundación y que tomó rasgos con
el paso del tiempo que enriquecen su complejidad.
A orillas del río Suquía, Jerónimo Luis de
Cabrera desenvainó su espada y sableó las ramas de un sauce, mientras el
sacerdote Francisco Pérez sostenía la cruz de madera y bendecía el sitio. El
escribano del Rey, Francisco de Torres, labró el acta donde hizo constar la
fundación de Córdoba de la Nueva Andalucía. Así se describe aquella escena
fundacional, de la que se conmemoran 449 años.
Cabrera llegó a estas tierras al mando de un
centenar de hombres, después de haber sido designado por el virrey Francisco de
Toledo gobernador de las provincias de Tucumán, Juríes y Diaguitas. Don
Jerónimo se había trasladado desde el virreinato del Perú a Santiago del
Estero. En lugar de quedarse allí a gobernar y cumplir con el mandato real que
las autoridades le habían encomendado, decidió seguir hacia el sur, hasta llegar
a orillas del río Suquía.
El acta fundacional del 6 de julio de 1573
-documento que aún se conserva- consignó: “En
el nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, un solo Dios
verdadero y en el asiento que en la lengua originaria se llama Quisquisacate,
en presencia del escribano de su majestad, Francisco de Torres, su secretario y
testigos se funda esta nueva ciudad, en este asiento cerca del río que los
indios llaman de Suquía”.