En la
VI Jornada Mundial por los Pobres, el Santo Padre nos deja una valiosa reflexión…
El
texto del Apóstol al que se refiere esta VI Jornada Mundial de los Pobres
presenta la gran paradoja de la vida de fe: la pobreza de Cristo nos hace
ricos. Si Pablo pudo dar esta enseñanza (y la Iglesia difundirlo y testimoniarlo
a lo largo de los siglos) es porque Dios, en su Hijo Jesús, eligió y siguió
este camino. Si Él se hizo pobre por nosotros, entonces nuestra misma vida se
ilumina y se transforma, y adquiere un valor que el mundo no conoce ni puede
dar. La riqueza de Jesús es su amor, que no se cierra a nadie y va al encuentro
de todos, especialmente de los que son marginados y privados de lo necesario.
Por amor se despojó a sí mismo y asumió la condición humana. Por amor se hizo
siervo obediente, hasta morir y morir en la cruz (cf. Flp 2,6-8). Por amor se
hizo «pan de Vida» (Jn 6,35), para que a nadie le falte lo necesario y pueda
encontrar el alimento que nutre para la vida eterna. También en nuestros días
parece difícil, como lo fue entonces para los discípulos del Señor, aceptar esta
enseñanza (cf. Jn 6,60); pero la palabra de Jesús es clara. Si queremos que la
vida venza a la muerte y la dignidad sea rescatada de la injusticia, el camino
es el suyo: es seguir la pobreza de Jesucristo, compartiendo la vida por amor,
partiendo el pan de la propia existencia con los hermanos y hermanas, empezando
por los más pequeños, los que carecen de lo necesario, para que se cree la
igualdad, se libere a los pobres de la miseria y a los ricos de la vanidad,
ambos sin esperanza.
Que esta VI Jornada Mundial de los Pobres se convierta en
una oportunidad de gracia, para hacer un examen de conciencia personal y
comunitario, y preguntarnos si la pobreza de Jesucristo es nuestra fiel
compañera de vida.