Oh Padre, que por tu amor a los pequeños y a los pobres, has guiado a la Beata María Crescencia, por el camino de la humildad y la sencillez, por su intercesión, concédenos también a nosotros, servir a nuestros hermanos más necesitados, con la dulzura de la caridad y la fuerza de la bondad.

     Los testimonios confirman que María Crescencia, fue heroicamente fuerte, no obstante su aparente fragilidad. Muchos se admiraban por la generosidad y la fuerza con que vivió las circunstancias difíciles de su vida, y por la firmeza que manifestó en el cumplimiento de sus responsabilidades.

     En todas las circunstancias, demostró una fortaleza, no humana, sino la que recibió del Espíritu Santo que la fue conduciendo y madurando; que le ayudó a asumir con humildad y paciencia todas las exigencias de su entrega a Dios.

     Un testigo afirma: “cuanto más débil ella aparece, más fuertemente se manifiesta el don de Dios, el don del Espíritu Santo, el don de la fortaleza"

    Recibió la noticia de su cercana muerte, con una rápida aceptación de la voluntad de Dios y con mucha fortaleza de ánimo, con serenidad y alegría interior. Con mucha oración se preparó para el encuentro final, para la hora de volver a la casa del Padre y contemplar a Dios, cara a cara. No se quejaba, lo aceptaba todo, lo vivía todo con una profunda unión con Dios; se la veía siempre alegre, rezando resignada a la voluntad de Dios y esperando la hora del Señor.

 

Padre de Jesús y nuestro que por tu divino Espíritu haces florecer la santidad en la Iglesia, te damos gracias por tu Beata María Crescencia que te amó con sencillez y te rogamos que la glorifiques, para que su ejemplo e intercesión sirvan a la extensión de tu Reino y a la multiplicación de las vocaciones a la vida consagrada.

“Corazón de Jesús, por los sufrimientos de tu Divino corazón, ten misericordia de nosotros”