Glorioso San Antonio María Gianelli, Apóstol de la Virgen del Huerto:
alcánzanos tu devoción a la Madre de Dios, y mediante Ella la salvación de
nuestras almas.
Lucas (18,
9-14). “Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los
demás, dijo también esta parábola: «Dos hombres subieron al Templo para orar:
uno era fariseo y el otro, publicano. "El fariseo, de pie, oraba en voz
baja: "Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que
son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos
veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas". En cambio
el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a
levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: "¡Dios
mío, ten piedad de mí que soy un pecador!”. Les aseguro que este último volvió
a su casa justificado pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será
humillado y el que se humilla será ensalzado».
Nos dice
el Santo Fundador, Antonio M. Gianelli:
“El orgullo es indigno del hombre que lo nutre… perjudicial en el camino hacia
la santidad”. La parábola es explicada por el mismo Jesús, y precisamente a lo
que estamos invitados es a aplicar la misma en nuestra vida, a nuestro modo de
ser y de actuar, ya que Dios ensalza a los humildes… El soberbio se perderá, el
humilde se salvará. No van juntas soberbia y salvación; humildad y condena.
¿Quién no se maravilla al pensar en la grandeza de María? Ella fue elevada a
tal gloria por su profunda humildad…”
Acción para el día: Repetir con frecuencia y vivir esta palabra del
Fundador: “Señor,
dame humildad para reconocer mis propias limitaciones” De lo dicho por Jesús y
por el P. Fundador, nos proponemos vivir, como VALOR, la HUMILDAD.
Oración final:
Oh San Antonio María Gianelli, lleno de confianza, a Vos recurro en mis necesidades
y particularmente en la que me aflige al presente (se nombra). Haz brillar el
poder de Dios, socorriéndome según mis deseos, si no son contrarios a la Divina
Voluntad.
Habla por mí
a aquella Virgen Milagrosa de quien fuiste la flor más preciada que brotó en su
Huerto de Chiávari, para que Ella, que es tan poderosa ante su divino Hijo, me
alcance la Gracia que tanto anhelo, y así consolado por Vos y por Ella, pueda
servir mejor al Señor en los días que me conceda de vida, y después gozarle contigo
y con la Virgen Santísima, en la eterna Bienaventuranza. Amén.