24 DE
SEPTIEMBRE
BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA DE LA MERCED
El origen de la advocación a la Virgen de
la Merced está vinculado a la época en que los moros musulmanes dominaban
España, donde muchos cristianos padecieron la esclavitud y vieron en peligro la
fidelidad de su fe. Un laico llamado Pedro Nolasco (1182- 1256), al ver tantos
cristianos reducidos a esclavos por defender a Cristo, trata de conseguirles la
libertad, pagando con su propio dinero el rescate de muchos de ellos.
Pero eran tantos los cristianos reducidos
a la esclavitud, que el intento supera las posibilidades. Ante esa situación,
Pedro Nolasco se retira a la vida contemplativa, se dedica a orar y ayudar al
prójimo. En la noche del 1 al 2 de agosto de 1218, estando en profunda oración
y meditación, recibe como una visión en la que se le aparece la Virgen María y
le manifiesta que el camino no es retirarse, sino el de fundar una Orden que
tomara como carisma especial la tarea de liberar a los presos cristianos.
Animado por esta visión Pedro Nolasco
convence al Rey de Aragón y Cataluña, Jaime I El Conquistador, y entre ambos el
10 de agosto, con la bendición del obispo de Barcelona, San Raimundo de
Peñafort, dan por fundada la Orden de los Mercedarios. La Orden se definía
como: "Orden de la Merced para la redención de los cautivos". La
palabra Merced o Mercedes en el castellano del siglo XIII significa
misericordia.
Años más tarde, en 1265, la advocación a
la “Virgen de la Merced” fue aprobada por la Santa Sede. Luego, en 1696, el
Papa Inocencio XII fijó el día 24 de septiembre como la fecha en la que se debe
celebrar su fiesta.
Hoy también conmemoramos el día en que
Madre Catalina Podestá entregó su espíritu a Dios. Recordemos que entre ella y
San Antonio María Gianelli hubo una gran sintonía
espiritual. Dios les tenía preparado un gran proyecto en el que trabajarían
juntos: “LAS HIJAS DE MARÍA”.
Desde el día de su ingreso en el
Instituto, llevó con soltura, con habilidad humana, con disponibilidad total a
la acción del Espíritu, la responsabilidad de las primeras fundaciones. Actuó
con energía y serenidad, con gran entusiasmo por vivir sin reserva alguna la
caridad evangélica, demostrando ser un alma sumamente libre, sin ataduras, como
Gianelli quería a sus Hijas de María.