“María es un modelo de virtud y fe. Al contemplarla hoy
asunta al Cielo, en el cumplimiento final de su viaje terrenal, le agradecemos
que nos haya precedido en la peregrinación de la vida y la fe: ella es la
primera discípula. Y le pedimos que nos proteja y apoye; que podamos tener una
fe fuerte, alegre y misericordiosa; eso nos ayudará a ser santos, y a
encontrarnos con ella, un día, en el Cielo”. Papa
Francisco.
“La Inmaculada siempre Virgen María,
Madre de Dios, terminado el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y
alma a la gloria celestial”, así se señala, con toda claridad, aquello que
constituye una verdad de fe en torno a María, Nuestra Madre. Estas palabras
están contenidas en la constitución apostólica “Munificentissimus Deus”
(Benevolísimo Dios), con la que el Papa Pío XII proclamó el dogma de la
Asunción de María el 1 de noviembre de 1950. A partir de entonces, cada 15 de
agosto, celebramos la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen
María.
San
Juan Pablo II,
al hablar del dogma de la Asunción en 1997, señaló lo siguiente: “En efecto,
mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al
fin del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por
singular privilegio".
Posteriormente, Benedicto XVI, en 2011, afirmó: "María,
el arca de la alianza que está en el santuario del cielo, nos indica con
claridad luminosa que estamos en camino hacia nuestra verdadera Casa, la
comunión de alegría y de paz con Dios”.
Finalmente,
el Papa Francisco, en 2013, señaló en torno a la Asunción que “esto no
significa que esté lejos, que se separe de nosotros; María, por el contrario,
nos acompaña, lucha con nosotros, sostiene a los cristianos en el combate
contra las fuerzas del mal”.