En el cuarto domingo de Adviento encendemos la última vela de la corona como símbolo de que el Señor está cerca y viene a traernos la alegría de la paz. Oremos junto a María, quien es “Morada de la Luz”.

Alegrémonos porque el Señor está cerca de nosotros y nos trae la reconciliación. Al encender la cuarta y última vela de nuestra corona, que este símbolo nos recuerde la proximidad de la venida del Señor Jesús, que viene a traernos alegría y esperanza.

La presencia del Señor Jesús entre nosotros nos llena de gozo y alegría. Es la Madre quien nos lo hace cercano, quien permite que esa Luz llegue e ilumine nuestra vida.

 

Padre misericordioso, que quisiste que tu Hijo se encarnara en el seno de Santa María Virgen, escucha nuestra súplicas y concédenos tu gracia para que sepamos acoger al Señor Jesús, tu Hijo, que contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

 

Tiempo de Adviento, tiempo de espera. Dios que se acerca, Dios que ya llega. Esperanza del pueblo, la vida nueva.

 

  

El don precioso de la Navidad es la paz

 

Él viene a traer al mundo el don de la paz: “En la tierra, paz a los hombres que él ama” (Lc 2, 14), como anunciaron a coro los ángeles a los pastores. El don precioso de la Navidad es la paz, y Cristo es nuestra paz verdadera. Y Cristo llama a nuestros corazones para darnos la paz. La paz del alma. Abramos las puertas a Cristo.

 

Nos encomendamos a la intercesión de nuestra Madre y de San José, para vivir una Navidad verdaderamente cristiana, libres de toda mundanidad, dispuestos a acoger al Salvador, el Dios-con-nosotros