Oh Padre, que por tu amor a los pequeños y a los pobres, has guiado a la Beata María Crescencia, por el camino de la humildad y la sencillez, por su intercesión, concédenos también a nosotros, servir a nuestros hermanos más necesitados, con la dulzura de la caridad y la fuerza de la bondad.

          María Crescencia sabía que todo pasa rápidamente y que era “sabio”, no entretenerse en el camino. En sus escritos la constante referencia al cielo y a la muerte es característica. El pensamiento de la eternidad la entusiasmó y la hizo sabia para las cosas de Dios. María Crescencia en sus cartas recuerda la esperanza firme del cielo, en medio de los sufrimientos cotidianos. Sus afirmaciones son exhortaciones dirigidas a los que más amaba en la tierra: su madre y sus hermanos. María Crescencia trasmitía lo que vivía y sin pretenderlo se hizo maestra de vida santa y fue un instrumento muy adecuado en las manos de Dios para que muchos aprendieran la verdad y adquirieran la sabiduría, que en ella se reflejaba. Esta joven que muere tuberculosa, como santa Teresita, dio de su pobreza y lo dio todo, sin advertir que Dios había seleccionado su breve y escondida vida para manifestarse a muchos. “… en fin, todo pasa; en este mundo nada hay estable bajo el sol, por eso debemos adquirir muchos méritos para el cielo sufriendo con paciencia y por amor a Dios todo lo amargo de esta miserable vida…”

Padre de Jesús y nuestro que por tu divino Espíritu haces florecer la santidad en la Iglesia, te damos gracias por tu Beata María Crescencia que te amó con sencillez y te rogamos que la glorifiques, para que su ejemplo e intercesión sirvan a la extensión de tu Reino y a la multiplicación de las vocaciones a la vida consagrada.

“Corazón de Jesús, por los sufrimientos de tu Divino corazón, ten misericordia de nosotros”