Oh Padre, que por tu amor a los pequeños y a los pobres, has guiado a la Beata María Crescencia, por el camino de la humildad y la sencillez, por su intercesión, concédenos también a nosotros, servir a nuestros hermanos más necesitados, con la dulzura de la caridad y la fuerza de la bondad.

     Crescencia saboreó la alegría de vivir, porque la semilla sembrada por Dios en su corazón, fue un milagro de vida, que creció en silencio y en el silencio consumó su joven existencia. Uno de los aspectos que resalta su personalidad espiritual es el gozo de ser de Dios. Esta convicción inspiró sus mínimos gestos, sus palabras, la manera de proyectar sus jornadas, su paciencia con las niñas y sus enfermos, su desprendimiento de todo y su aceptación de la enfermedad y la muerte. Dios fue su todo. Su gozo estaba apoyado en la fe. El dolor fue una lección difícil que aprendió a fuerza de humildad, silencio y entrega a Dios y a los hermanos. La Beata M. Crescencia, como todos los santos, aceptó el desafío de devolver a Dios su vida. Su amor a Dios se reflejaba en el amor al prójimo. La alegría que proyectaba era un modo de querer a su prójimo; el servicio a los enfermos y las más diversas funciones que cumplía a favor de ellos, eran su manera habitual de mostrar su amor heroico el prójimo. “Su espíritu de fe lo muestra en la fidelidad al Señor en las pequeñas cosas de cada día, no se ven en su vida grandes o importantes acontecimientos a los ojos de los hombres,… toda su vida fue una expresión de sencillez y alegría…”

Padre de Jesús y nuestro que por tu divino Espíritu haces florecer la santidad en la Iglesia, te damos gracias por tu Beata María Crescencia que te amó con sencillez y te rogamos que la glorifiques, para que su ejemplo e intercesión sirvan a la extensión de tu Reino y a la multiplicación de las vocaciones a la vida consagrada.

“Corazón de Jesús, por los sufrimientos de tu Divino corazón, ten misericordia de nosotros”