4 DE SEPTIEMBRE

BEATIFICACIÓN DE FRAY MAMERTO ESQUIÚ

“Cuánto bien hace a mi alma, que tiene tantos motivos para caer en la horrible desesperación, el sentir la verdad, la grandeza infinita de la divina misericordia, la ternura inagotable del buen Jesús.”

 

                                                El Fray Mamerto Esquiú nació en la localidad de Piedra Blanca, provincia de Catamarca, el 11 de mayo de 1826. Cuando apenas era un niño enfermó de gravedad y su madre hizo una promesa en busca de mejoría. Ésta vestiría al pequeño con el hábito de San Francisco todos los días, y así sanó. Desde entonces, usaría esa ropa hasta su muerte, identificándose con la vocación de servir de los frailes de esa orden religiosa.

                                                El 31 de mayo de 1836 ingresó al noviciado del convento franciscano catamarqueño y al cumplir los 17 años se convirtió en sacerdote, celebrando su primera misa el 15 de mayo de 1849. Se dedicó fervientemente a la educación siendo maestro de niños y catedrático en el convento. De acuerdo con los testimonios de quienes le conocieron, en ambas funciones brilló con luz propia. Fue considerado uno de los mejores profesores de su tiempo, debido a su formación científica, su cultura, seriedad y discreción. Algunos también afirman que se adelantó a las máximas de la pedagogía moderna.

                                                El 9 de julio de 1853, ofreció su célebre sermón de la Constitución, donde pidió unión y concordia para los argentinos. Esta prédica trascendió a nivel nacional, ya que el Fray puso de manifiesto varias verdades de importancia en la época y una doctrina jurídica y sociológica sólida.

                                                El 12 de diciembre de 1880 fue proclamado obispo de Córdoba. No identificándose con la ostentosidad de la vida episcopal, se consagró a llevar la caridad y la oración a los más necesitados. Oficializaba misas todos los días, lo mismo en la iglesia que en cárceles, hospitales y asilos para mendigos, a los que visitaba.

                                                Varios testimonios de fieles lo recuerdan por su piedad,  integridad moral, y por la ayuda material y espiritual que siempre le ofreció a los más pobres; también por la formación de seminaristas y sus predicaciones y misiones como la de Bolivia en 1862.

                                                Falleció el 10 de enero de 1883 en La Posta de El Suncho. Periódicos de la época reflejaron el suceso en tristes publicaciones que lo calificaban como un "gran pastor", un "gran hombre" y el "humilde entre los humildes".

 

                                                La Comisión Teológica de la Congregación para la Causa de los Santos del Vaticano aprobó un milagro que se atribuye a su intercesión y que lo hará beato: la curación inexplicable de una niña recién nacida con osteomielitis femoral grave, hecho que ocurrió en la provincia argentina de Tucumán.

 

Pidamos al próximo beato que desde el cielo nos consiga las gracias que necesitamos para nuestra patria: la unidad, el respeto, el cariño entre todos y poder siempre caminar juntos al encuentro del Señor.